LOS PADRES DE JESÚS
LO ENCUENTRAN EN EL TEMPLO EN MEDIO DE LOS MAESTROS
Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Los textos
de la liturgia hacen referencia a temas familiares. En la primera lectura,
tomada del libro del Eclesiástico, escuchamos los consejos que un hombre, Ben
Sirac, que vivió varios siglos antes de Jesucristo, da a sus hijos. El respeto
y la veneración de éstos hacia sus padres es cosa agradable a los ojos de Dios,
que éste no dejará sin recompensa. Los hijos que veneren a sus padres serán
venerados a su vez por sus propios hijos. Todo estos consejos, aún conservando
hoy plena validez, parecen insuficientes, puesto que están dados desde una
mentalidad estrictamente rural, en donde otros aspectos de la vida familiar no
son tenidos en cuenta. No sólo importa hablar hoy del respeto que los hijos
deber a los padres, sino de la actitud de éstos con relación a los hijos. Esta
insuficiencia resulta particularmente notable en momentos como los actuales,
cuando la familia tiene planteados problemas de pérdida de sus funciones.
Desde una perspectiva cristiana, la familia continúa
teniendo una función insustituible: ser una comunidad de amor en donde los que
la integran puedan abrirse a los demás con una total sinceridad y confianza.
Dejando aparte los consejos que en último lugar da San Pablo, y que son
puramente circunstanciales y muy ligados a las costumbres y mentalidad de la
época, la exhortación a la mansedumbre, a la paciencia, al perdón y, sobre
todo, al amor, es algo realmente básico para la familia de nuestro tiempo.
El evangelio de Lucas en el que se nos cuenta la pérdida del
niño Jesús en el Templo, fue escrito probablemente unos cincuenta años después
de este suceso. Doce años es, aproximadamente, la época en que los niños
comienzan a sentirse independientes. Para Lucas, esta primera subida de Jesús a
Jerusalén es el presagio de su subida pascual y por ello, estos acontecimientos
hay que leerlos a la luz de la muerte y resurrección del Señor.
La sabiduría de Cristo ha consistido para Lc en entregarse
desde su joven edad “a su Padre”, sin que esto quiera decir que supiera ya
adónde le llevaría esa entrega. Pero en ella va incluida ciertamente la
decisión de anteponer su cumplimiento a toda otra consideración. Sus padres no
tienen aún esa sabiduría. María parece que llega a presentirla. Pero, de todas
formas, respetan ya en su hijo una vocación que trasciende el medio familiar. Y
esto es algo muy valioso para cada una de nuestras familias. La educación de
los hijos tiene que comenzar por una actitud de sincero respeto. Si no, es
imposible que surja la compresión y el amor.
Pablo da algunos consejos para la convivencia con otros. Se
requiere humildad, acogida mutua, paciencia. Y si fuese necesario, perdonar.
Así procede Dios con nosotros. Su actitud debe ser el modelo de la nuestra
(v.12-13). Pero, “por encima de todo”, está el amor, de Él tenemos que
revestirnos, dice Pablo empleando una metáfora frecuente en sus cartas (v.14).
De este modo “la paz de Cristo” presidirá en nuestros corazones (v.15).
Si el amor es el vínculo que une a las personas, la paz se
irá construyendo en un proceso, los desencuentros irán desapareciendo (los
enfrentamientos también) y las relaciones se harán cada vez más trasparentes.
En el marco de la familia humana, esos lazos son detallados en el texto del
Eclesiástico (3,3-17).
Lucas nos presenta a la familia de Jesús cumpliendo sus
deberes religiosos (vv. 41-42). El niño desconcierta a sus padres quedándose
por su cuenta en la ciudad de Jerusalén. A los tres días, un lapso de tiempo
cargado de significación simbólica, lo encuentran. Sigue un diálogo difícil,
suena a desencuentro; comienza con un reproche: “¿Por qué nos has hecho esto?”.
La pregunta surge de la angustia experimentada (v. 48). La respuesta sorprende:
“¿Por qué me buscaban?” (v. 49), sorprende porque la razón parece obvia. Pero
el segundo interrogante apunta lejos: “¿No sabían que yo debía estar en las
cosas de mi Padre?”. María y José no comprendieron estas palabras de inmediato,
estaban aprendiendo (v.50).
La fe, la confianza, suponen siempre un itinerario. En
cuanto creyentes, María y José maduran su fe en medio de perplejidades,
angustias y gozos. Las cosas se harán paulatinamente más claras. Lucas hace
notar que María “conservaba todas las cosas en su corazón” (v. 51). La
meditación de María le permite profundizar en el sentido de la misión de Jesús.
Su particular cercanía a él no la exime del proceso, por momentos difícil, que
lleva a la comprensión de los designios de Dios. Ella es como primera
discípula, la primera evangelizada por Jesús.
No es fácil entender los planes de Dios. Ni siquiera María
“entiende”. Pero hay tres exigencias fundamentales para entrar en comunión con
Dios: 1) Buscarlo (José y María “se pusieron a buscarlo”); 2) Creer en Él
(María es “la que ha creído”); y 3) Meditar la Palabra de Dios (“María
conservaba esto en su corazón”).